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octubre 24, 2015 / La Ultima Reyna

«Estamos en Atacocha pero ya nada es igual»

Hace poco más de una semana un programa periodístico contó en escueta nota, cómo el campamento minero de Atacocha (Pasco) se había convertido en una cancha de relaves (ver aquí: http://bit.ly/1RtED35). La población que fue trasladada dejó tras de sí- empantanada en toneladas de desechos mineros- la historia de sus vidas. Escuelas, posta médica, plazas, comedor, comisaría.. todo es ahora invisible.

La extracción de mineral en el lugar se habría dado inicio el año 1936. A quien interese ahondar en el tema histórico puede revisar esta tesis de la UNI (ver aqui: http://bit.ly/1Go4GZ5) que aporta contexto y datos interesantes sobre la explotación minera en el lugar.

Lo que me interesa resaltar en este post es la relación de la memoria del sujeto y el espacio habitado. En el reportaje televisivo dos personas entrevistadas hablan de la imposibilidad de regreso a «su tierra»: «No tenemos tierra, no tenemos pueblo, no tenemos a donde ir a visitar en la fiesta patronal»(min.0:52), dicen.

¿Qué pasa cuando el territorio que se activa como lugar de referencia para construir identidades en los sujetos desaparece? ¿Qué pasa cuando dicha desaparición ocurre de forma violenta? Y no precisamente por razones naturales como aluviones o terremotos, sino por la propia actividad humana. Estas personas han vivido la degradación paulatina del espacio hasta su desaparición y ahora, no tienen «lugar de retorno».

Pero de todo lo que ocurre en dicho proceso, quizá lo más inhumano y macabro es lo que sucede con los cementerios. El video que comparto en este post es un registro casero publicado en youtube en diciembre 2012.
En dicho video podemos ver el viaje emprendido por una familia a lo que fue el campamento minero de Atacocha para exhumar los restos de la abuela paterna, Natalia.

El video que dura 44 minutos nos acerca al recuerdo de esta familia sobre el espacio que habitó. Los viajeros van narrando la llegada a su antiguo lugar de origen. Los vemos en dos vehículos y acompañados por un patrullero.
Una vez en Atacocha, el paisaje es desolador. Una toma hecha desde lo alto muestra como el espacio se divide entre la cancha de relaves donde antes habría sido el pueblo y lo que queda del cementerio. Nichos rotos, restos de huesos humanos, tumbas sin placas, hierba amarillenta. La familia procede a recuperar los restos de la abuela para luego trasladarlos a Lima y hacer un segundo entierro.
No todas las personas que viven situaciones similares tienen ni tendrán la posibilidad de retornar y recuperar los restos de sus muertos. En ATACOCHA y lugares que ha tenido similar destino,algunos restos simplemente estarán ya completando su proceso de putrefacción cubiertos por aguas ácidas.

Gracias a este registro podemos conocer un poco más la compleja historia de este país minero. Acercarnos a los sujetos que lo habitan y a la construcción de sus memorias en estos espacios trasformados vertiginosamente y desaparecidos de forma violenta.

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